Factores psicológicos y sociales que influyen en la conducta alimentaria y sus trastornos

Por: Ps. Beatriz Croquevielle O.
Lejos de ser un mero acto fisiológico, alimentarse es también un acto psicológico, social y afectivo. Comer en exceso tras un día difícil, restringir alimentos como forma de control o desear con urgencia algo dulce en momentos de soledad no son comportamientos anecdóticos: son expresiones de una compleja red de factores neurobiológicos, emocionales y contextuales que la ciencia comienza a desentrañar con mayor precisión.
La psicología de la conducta alimentaria ha avanzado revelando que nuestras decisiones frente a la comida están entrelazadas con nuestras emociones, vínculos sociales, historia de vida y hasta con nuestra arquitectura cerebral.
Este es un tema sobre el que resulta pertinente observar el estado del arte, en especial, si se considera la prevalencia del mismo: Un metaanálisis que abarcó 94 estudios en 28 países estimó que la prevalencia global de los TCA a lo largo de la vida es de aproximadamente de 8.4% en mujeres y 2.2% en hombres. Específicamente, la anorexia nerviosa afecta al 1.4% de las mujeres y al 0.2% de los hombres; la bulimia nerviosa al 1.9% de las mujeres y al 0.6% de los hombres; y el trastorno por atracón al 2.8% de las mujeres y al 1.0% de los hombres.
Asimismo, un artículo publicado en 2024 por The Lancet indicó que los TCA están aumentando rápidamente en prevalencia en todo el mundo. Estos trastornos a menudo coexisten con otros trastornos psiquiátricos y presentan altas tasas de mortalidad.
¿Qué arrojan las investigaciones de vanguardia sobre esta materia?
1. Retrasos en la maduración cerebral y trastornos alimentarios en jóvenes:
En “Relationships of eating behaviors with psychopathology, brain maturation and genetic risk for obesity in an adolescent cohort study”, publicado en Nature Mental Health, se reveló que adolescentes con comportamientos alimentarios poco saludables (como restricción, atracones o alimentación emocional) presentan un desarrollo cerebral más lento, especialmente en regiones como la corteza prefrontal y el cerebelo. Este retraso se asoció con mayor riesgo genético de obesidad y problemas de salud mental, independientemente del IMC.
2. Apetito infantil y riesgo de trastornos alimentarios en la adolescencia
Investigadores de UCL y Erasmus University Rotterdam encontraron que una alta respuesta al estimulo alimentario en niñ@s de 4 a 5 años se relaciona con una mayor probabilidad de desarrollar síntomas de trastornos alimentarios entre los 12 y 14 años. Por el contrario, una mayor sensibilidad a la saciedad y un ritmo de alimentación más lento parecen ser factores protectores.
3. Ostracismo social y aumento del consumo de snacks en niñ@s
Un artículo del International Journal of Obesity mostró que niñ@s que experimentan exclusión social aguda tienden a consumir más snacks posteriormente, lo que podría influir en su índice de masa corporal futuro. Este hallazgo sugiere que el aislamiento social puede desencadenar conductas alimentarias compensatorias desde edades temprana.
4. Soledad y antojos alimentarios en mujeres
Investigadores de UCLA descubrieron que mujeres que se sienten solas presentan mayor actividad cerebral en regiones asociadas con la rumiación y menor actividad en áreas de control ejecutivo al ver imágenes de alimentos, especialmente dulces. Esto sugiere que la soledad puede aumentar la vulnerabilidad a antojos y elecciones alimentarias poco saludables.
Los trastornos de la conducta alimentaria representan hoy un desafío urgente en salud mental global. Lejos de ser una problemática superficial o centrada exclusivamente en la imagen corporal, los TCA revelan una profunda intersección entre biología, emociones, vínculos sociales, desarrollo neurológico y condiciones culturales. Su creciente prevalencia, su impacto funcional y emocional, y sus altas tasas de comorbilidad y mortalidad los convierten en una prioridad clínica y de salud pública.
Los avances científicos recientes –que incluyen hallazgos sobre maduración cerebral, vulnerabilidades genéticas, patrones de apetito infantil, efectos de la soledad– permiten entender con mayor profundidad los mecanismos que subyacen a estos trastornos y abren nuevas posibilidades para su abordaje. Sin embargo, el acceso temprano a un diagnóstico certero y a un tratamiento integral y actualizado sigue siendo desigual, tanto a nivel geográfico como social.
En este contexto, mantenerse al día con la investigación científica es una responsabilidad ética y profesional para quienes trabajamos en salud mental, medicina, educación o políticas públicas. Estar informados no solo nos permite ofrecer mejores respuestas terapéuticas, sino también contribuir a una cultura de prevención, desestigmatización y acompañamiento compasivo.
La detección temprana, el abordaje multidisciplinario y el acompañamiento sostenido son claves para mejorar el pronóstico y evitar la cronificación de estos cuadros. Además, comprender que los TCA pueden tener raíces en la infancia, manifestarse con múltiples rostros y estar influenciados por factores sociales como la soledad o el estréscrónico, exige una mirada amplia, empática y científica.