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Cuidar a nuestros niñ@s del internet: la alarma que despierta la serie  Adolescence

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Cuidar a nuestros niñ@s del internet: la alarma que despierta la serie   Adolescence

Por: Sofía Cobo

Quienes han visto la serie Adolescence saben lo que es terminar un capítulo con ese nudo en el estómago, esa sensación de inquietud que no se va fácil. Lo que se muestra en pantalla no es solo entretenimiento: son niñ@s pegados al celular, atrapados en retos virales que bordean el peligro, soportando insultos que rebotan de una pantalla a otra como si fueran balas invisibles. No importa quiénes son en la vida real, porque en el mundo virtual todo puede ser diferente. Y, aunque incomode, la pregunta es: ¿es pura ficción o hay algo de verdad en este drama que parece tan lejano pero que, al mismo tiempo, parece estar en todas partes?

No es solo drama. Lo que la pantalla exagera para llamar la atención, la ciencia lo viene anunciando hace años, aunque en artículos que no todos se detienen a leer. Entre 2024 y 2025, más de veinte trabajos publicados en The Lancet, Nature, Science, JAMA Network Open y Scientific Reports han confirmado, con datos duros, que la preocupación es más que real, es una alerta.

Salud mental: cuando la conexión duele

Un estudio de Frielingsdorf et al. (2025) estableció que los adolescentes que pasan más de seis horas diarias en redes sociales tienen más probabilidades de presentar síntomas depresivos, ansiedad, baja autoestima y trastornos del sueño. Y lo más preocupante es que no se trata de algo que desaparece con un par de días menos frente a la pantalla. Un seguimiento de Nagata et al. (2025) a más de 11.000 menores reveló que, tras uno o dos años de uso excesivo de redes sociales, los síntomas depresivos no solo persistían, sino que podían empeorar. La exposición constante a estas plataformas amplifica la comparación y la presión social, donde el valor de uno mismo se mide en “me gusta” y comentarios (Fassi et al., 2025).

Sin embargo, reducir el tiempo de uso, aunque sea por dos semanas, puede marcar una diferencia. Schmidt-Persson et al. (2024) encontraron que disminuir el tiempo de ocio digital a menos de una hora diaria ayudó a bajar la ansiedad, la tristeza y los conflictos, mientras aumentaban las conductas prosociales (acciones como ayudar, compartir o cooperar).

Dormir menos, rendir menos

La serie muestra una escena que es casi cotidiana: chicos que no logran desconectarse, ni siquiera de noche. No es un simple detalle. Estudios han demostrado que el uso de pantallas antes de dormir, especialmente para chatear o jugar, se asocia con menos horas de sueño, más insomnio y dificultades para concentrarse (Brosnan et al., 2024). La luz azul de los dispositivos altera la melatonina (hormona que regula el ciclo de sueño y vigilia), desajustando el reloj biológico (mecanismo interno que regula los tiempos de actividad y descanso). Menos sueño no es solo estar más cansado: significa menos energía, menos atención, menos paciencia. Menos de todo.

Pantallas y cerebro: un impacto que existe

Un estudio de Nivins et al. (2024) detectó que el uso intensivo de redes sociales se asocia con una leve reducción en el volumen del cerebelo, una zona clave para el control motor y la regulación emocional. Otros trabajos, como el de Orben et al. (2024), advierten que la hiperconexión puede alterar los circuitos de recompensa (sistema del cerebro que genera placer y motiva la búsqueda de más placer) y aumentar la impulsividad, provocando una búsqueda constante de gratificación inmediata. No es solo una distracción; es una reconfiguración de cómo se procesa el placer, de cómo se manejan las emociones.

Impacto social: menos conversaciones, más aislamiento

Por cada minuto frente a una pantalla, se pierde un minuto de conversación. Así de claro. Según Brushe et al. (2024), este tiempo robado limita las oportunidades para desarrollar el lenguaje, la empatía y las habilidades sociales. Por otro lado, el ciberacoso es una herida que no deja de sangrar: adolescentes que han sido víctimas de bullying digital presentan más síntomas de malestar psicológico, dolores de cabeza, problemas gastrointestinales y estrés (Peprah et al., 2024). Las pantallas no son solo una ventana al mundo, también pueden ser una trampa.

Riesgos físicos: lo que el cuerpo también siente

La hiperconexión no solo afecta la mente, también pasa la cuenta en el cuerpo. El uso prolongado de pantallas se asocia con sedentarismo, lo que aumenta el riesgo de obesidad infantil (Wang & Zhang, 2024). Y hay más, por cada hora extra de pantalla diaria, el riesgo de desarrollar miopía aumenta en un 21% (Ha et al., 2024). No es raro ver adolescentes con dolores de cuello o espalda por mantener posturas incómodas durante horas frente al computador. La tecnología no solo cansa la cabeza, también agota el cuerpo.

¿Qué pueden hacer los padres?

La serie Adolescence puede dejar el corazón apretado, pero también abre un espacio para pensar qué se puede hacer. Las recomendaciones de los expertos apuntan a tres estrategias claras: retrasar la exposición digital en la infancia, reducir el tiempo de pantallas en todas las edades y mitigar los daños mediante educación digital y ambientes más seguros (Holly, Demaio & Kickbusch, 2024). Los padres tienen un rol clave: establecer límites de tiempo, conversar sobre los riesgos, acompañar el uso de la tecnología e incluso predicar con el ejemplo al regular su propia relación con los dispositivos (Brushe et al., 2024).

Cada vez son más los expertos que sugieren esperar un poco más antes de darles a los niñ@s su primer celular o permitirles abrir una cuenta en redes sociales. No es solo un capricho, estudios recientes muestran que el uso problemático de smartphones ha crecido y está vinculado con una peor calidad de vida en los niñ@s (Poulain et al., 2025). Dejar que los niñ@s sean niñ@s un poquito más –como dice el lema de “Wait Until 8th” (un movimiento en Estados Unidos que propone esperar hasta octavo básico para dar un celular)– podría proteger su bienestar emocional y prevenir que caigan en una relación poco saludable con la tecnología. Holly et al. (2024) también refuerzan esta idea: postergar la exposición a medios digitales puede evitar que los niños desarrollen hábitos dañinos y podría cuidar su desarrollo cerebral. En resumen, retrasar el acceso a pantallas no es solo un consejo, sino una estrategia con evidencia que respalda su impacto positivo (Holly et al., 2024; Poulain et al., 2025).

A través de esta información, vemos que la idea no es satanizar las pantallas, como le pudo haber pasado a muchos al terminar la serie Adolescence, sino acompañar su uso a quienes tienen un mayor riesgo o están más expuestos, como los adolescentes o niñ@s. El acceso sin un guía a las pantallas, puede alterar el desarrollo emocional y cognitivo, existiendo maneras de prevenir esto, ¿por qué no aplicarlas en nuestro día a día?

Referencias:

  • Brosnan, B. R., et al. (2024). Screen use at bedtime and sleep duration and quality among youths. JAMA Pediatrics, 178(11), 1147–1154. https://doi.org/10.1001/jamapediatrics.2024.2914
  • Brushe, M. E., et al. (2024). Screen time and parent–child talk when children are aged 12 to 36 months. JAMA Pediatrics, 178(4), 369–375. https://doi.org/10.1001/jamapediatrics.2023.6790
  • Fassi, L., et al. (2025). Social media use in adolescents with and without mental health conditions. Nature Human Behaviour, 9(3), 350–362. https://doi.org/10.1038/s41562-025-01781-1
  • Frielingsdorf, J., et al. (2025). Associations of time spent on different types of digital media with self-rated general and mental health in Swedish adolescents. Scientific Reports, 15(1), 1934. https://doi.org/10.1038/s41598-025-06423-5
  • Ha, A., et al. (2024). Digital screen time and myopia: A systematic review and dose-response meta-analysis. JAMA Network Open, 7(2), e60026. https://doi.org/10.1001/jamanetworkopen.2024.60026
  • Holly, L., Demaio, S., & Kickbusch, I. (2024). Public health interventions to address digital determinants of children’s health and wellbeing. The Lancet Public Health, 9(9), e700–e704. https://doi.org/10.1016/S2468-2667(24)00180-4
  • Nagata, J. M., et al. (2025). Cyberbullying, mental health, and substance use experimentation among early adolescents: A prospective cohort study. The Lancet Child & Adolescent Health, 9(4), 245–257. https://doi.org/10.1016/S2352-4642(25)00012-3
  • Nivins, S., et al. (2024). Long-term impact of digital media on brain development in children. Scientific Reports, 14, 13030. https://doi.org/10.1038/s41598-024-63566-y
  • Orben, A., et al. (2024). Navigating social media: Mechanisms linking social media use to adolescent mental health. Nature Reviews Psychology, 3, 112–126. https://doi.org/10.1038/s44159-024-00135-7
  • Pan, Q., et al. (2024). Protective factors contributing to adolescents’ multifaceted digital resilience for their wellbeing: A socio-ecological perspective. Computers in Human Behavior, 155, 108164. https://doi.org/10.1016/j.chb.2024.108164
  • Peprah, P., et al. (2024). Problematic social media use mediates the effect of cyberbullying victimisation on psychosomatic complaints in adolescents. Scientific Reports, 14, 9773. https://doi.org/10.1038/s41598-024-59509-2
  • Poulain, T., et al. (2025). Smartphone use, wellbeing, and their association in children. Pediatric Research. https://doi.org/10.1038/s41390-025-04108-8
  • Reynaud, E., et al. (2024). Interconnection between adolescents’ and family members’ sleep. Scientific Reports, 14, 28244. https://doi.org/10.1038/s41598-024-76597-2
  • Schmidt-Persson, J., et al. (2024). Screen media use and mental health of children and adolescents: A secondary analysis of a randomized clinical trial. JAMA Network Open, 7(7), e2419881. https://doi.org/10.1001/jamanetworkopen.2024.19881
  • Wang, X., & Zhang, Y. (2024). Intergenerational care and rural childhood obesity in the digital era: Based on screen exposure perspective. SSM – Population Health, 27, 101694. https://doi.org/10.1016/j.ssmph.2024.101694

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